La hora del Vermouth de los domingos en casa, era sagrada. Ritual que se repetía desde que tengo uso de razón y que de pequeña veía con cierta extrañeza porque no entendía todo el movimiento que " de pronto" se armaba en torno a la mesa, pero que con el paso del tiempo hice mío.
En realidad, la hora del Vermouth, sea donde fuere, si estábamos los de costumbre, era algo inamovible. Ya fuera en nuestra casa, en casa de amigos y/o familiares o en plenas vacaciones, era un momento de encuentro, de risas, de conversación. En medio de ese momento se podía hablar de política, de como iban creciendo los más chicos de la familia, de las escuelas, del trabajo de los mayores, de las cosas de la familia, del partido de futbol que tal o cual equipo había ganado, de recuerdos del pasado, de gente que ya no estaba ó de los sueños, proyectos de cada uno de los que sesentaban alrededor del aperitivo.
A los chicos nos tocaba tomar jugo ó si había suerte, coca-cola, que era el refresco que mejor le pegaba a lo que venía junto con esa bebida que tomaban los más grandes. Como acompañantes del vermouth sólo, ó con fernet (como le gusta a mi viejo) ó con soda (como le gusta a mi vieja) ó con zumo de limón llegaban las papas fritas, los maníes, el queso cortado en cuadraditos, los maníes, las aceitunas y el salamín picado fino*. Cosas a las que "los grandes" tenían acceso irrestricto, pero nosotros, hasta que pasásemos unas cuantas navidades más teníamos que probar de manera acotada... "que sino les quita el hambre para el almuerzo", eso era - al menos - lo que aseguraban las madres y las abuelas del grupo.
Cuando crecí, un verano... pasó una cosa casi mágica. En esos momentos era normal que durante las caminatas que hacían mi madre, mi abuela, su prima hermana y alguna de sus hijas, los niñ@s acompañásemos a las mujeres mientras los hombres jugaban sus matutinas partidas de cartas. Una mañana, de buenas a primeras, a los más grandes nos dejaron probar un poquito del vermouth con mucha soda.
¡Qué primera vez! Habíamos puesto nuestras mejores fachadas de madurez y tomamos - cada uno a su tiempo - la pequeña copa en que nos había dejado el preparado. Muy solemnemente cogimos esas copas, inspiramos y tomamos un sorbo para luego tragarlo. El estallido de risas fememino fue grande cuando ninguno pudo disimular la cara de ¡Es algo agrio! que todos pusimos. La tarde siguiente seguíamos escuchando el comentario de la experiencia que habían tenido los chiquillos al probar por primera vez el vermouth en medio de risas y comentarios graciosos de los adultos.
El tiempo pasó y poco a poco, nos hicimos mayores. Más de una vez, nos volvimos a reunir los de aquella mañana a charlar de todo y de nada alrededor del vermouth familiar. Obviamente pasó a ser parte de nuestros más entrañables rituales y gustos preferidos.
Hoy en día, espero con ansias poder volver a reunirme un domingo por la mañana, alrededor de una mesa servida, lista para ofrecernos las delicias de vermouth junto a mis seres queridos.
E-migrad@
Conversaciones matutinas
Hace 5 semanas
2 comentarios:
Ohhh tesoro me trajiste los recuerdos: la hora del vermouth pero de todos los días!!!, cómo se hacían tiempo antes para todo!!!. El papá de mis hijas sigue el rito, cuando empezaron a tener edad (se la marcan sola cuando empiezan a salir a la confitería o cumples), las empezó a convidar...muy lindo lo que cuentas...mis besos!!!
Hola Graciela
Cómo va? Por acá son las 07:48 am así que deberás estar en el quinto sueño aún, seguro que te está yendo bien, jejeje.
Sí, vos viste como es el tema del vermouth... es un clásico y además otra de nuestras excusas para compartir momentos. ¡Acá no hay Vermouth... no sabés cómo lo extraño! Cuando vuelva a Baires voy a disfrutar de un buen par de esos y es muy probable que me traiga una botellita para ocasiones especiales :P
Cómo andan las cosas por donde vivís?. Cómo los trata el calor?.
Un beso y dulces sueños.
E-migrad@
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