jueves, 23 de abril de 2009

Como a los 7 años

Hoy voy a comenzar a contarles una historia que llegará a su fin en un post que seguirá a este, probablemente entre esta noche y el día de mañana. Ésto tiene que ver con una cuestión de no hacer un post demasiado largo que pueda terminar resultando tedioso. La segunda parte ya está escrita y programada, así que mañana por la mañana estará por aquí seguramente para todos, a fin de que quien guste, continúe leyendo esta historia.


Hubo una época en la que todos leíamos como suelen leer los niños a esa edad.

Una etapa en la que van adquiriendo la capacidad de leer, de escribir, de predecir lo que está escrito en una sucesión de letras con órden preciso y preestablecido, de comprender.

Es una época también muy activa a nivel del lenguaje hablado. Se van complejizando las estructuras de las oraciones, nuestro cerebro aprende a pasar de decodificar y entender una órden (frase cualquiera que establezca lo que debe el sujeto realizar a continuación) a entender dos y luego más.

Los que estamos en este área sabemos que sin palabra no hay lenguaje, no hay posibilidad de construir esa estructura lingüística - una que ahora nos resulta tan sencilla pero que a un niño le cuesta tanto llegar a adquirir - y que tampoco es posible la estructuración del pensamiento, que se va construyendo y reconstruyendo en etapa consecutivas y de mayor nivel de complejidad.

Sin palabra no hay lenguaje posible, sin lenguaje no hay pensamiento (porque lo que pensamos está traducido en un código mental formado por palabras), sin pensamiento no aparecen nuevas palabras/construcciones.

Lo cierto es que si el común de la gente tuviera la más mínima noción de cuan importantes, laboriosos y complejos que son los procesos que se llevan a cabo - día a día - dentro de ese pequeño que tienen delante, no podrían quedar más que maravillados ante tal proeza de vida. Millones de años de evolución repitiéndose, cada vez, en cada nuevo ser humano que llega al mundo y cada uno saldrá con una impronta diferente.

A esa edad los niños gustan de aventuras, de hadas, de reyes, princesas, héroes que salvan a otros, personajes que les hacen reir por su astucia ó por sus boberías. Sin saberlo, desde que nacen, los vamos poblando de palabras... que resuenan en ellos y guardan en su interior hasta que puedan imitarlas, repetirlas y hacerlas propias para darles su propio sentido e intencionalidad.

A mí, como a tantos otros/as antes que yo, también me acunaron con palabras. E hicieron crecer en mí el gusto por los cuentos, las historias que me leían cada noche antes de dormir. Allí fue cuando descubrí el placer de zambullirme en las historias que me traían en forma de libros de las más diversas formas y colores. Y disfruté, disfruté muchísimo en esos nuevos mundos que se abrían ante mí, dispuestos a ser explorados.

Terminé la carrera universitaria y ejercí durante años de la manera más plena y comprometida que pude. Atendí a más de 100 pacientes en consulta privada y otros tantos en las diferentes instituciones en donde me encontraba trabajando durante esos años. Tantísimas veces tuve delante mío a niños pequeños, en edad escolar, púberes y hasta adolescentes que llegaban a las sesiones para intentar superar diferentes dificultades de aprendizaje. Algunas se hallaban en la esfera de lo psicomotriz, otros en la estructuración del pensamiento, otros en dificultades para la adquisición de la lectura y la escritura, otros con dificultades en la comprensión, por nombrar tan sólo alguna de las distintas áreas que se pueden ver afectado el aprendizaje. Atendí a niños de los que pueden ver corretear por cualquier plaza ó pelotero y también a niños que habían nacido con dificultades de diferentes índoles, niños con Necesidades Educativas Especiales.

Trabajo arduo para ambos, pero muchísimo más para ellos que eran los que convivían día a día con esas dificultades. Muchas veces agotados de la presión que sufrían en el ámbito educativo, familiar, en su entorno todo pero incansables a pesar de necesitar y pedir a gritos un respiro para poder coger el aliento y continuar adelante.

¿Y saben cuál puede ser el colmo de una psicopedagoga? Sí, esa es mi profesión... Llegar a estar en la misma posición que cualquiera de esos niños, pero siendo ya un adulto. Eso es lo que me pasó hace unos pocos años. Casi de buenas a primeras, volví a leer, a escribir, a comprender como lo haría un/a niño/a de siete años.

(continuará...)

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