sábado, 31 de enero de 2009

Carta a esa madre que nunca tuve

04 febrero de 2009.

No sabía donde escribir lo que voy a escribir en unas cuantas palabras más y hasta hace poco tampoco imaginaba como decirlo, pero ya sabés; esta historia es así... no ha tenido lugar, caras, cuerpos, palabras ni historia completa que yo conozca. Ha sido una historia que no tuvo muchas cosas, pero historia ha tenido. Vengo sintiendo que en algún lugar tengo que liberar estas palabras al mundo, estas palabras que se agolpan en mi interior y solo buscan salir...

Te escribo a vos, a la que fuiste mi madre biológica, estés donde estés. Siempre supe que "algo" no era como me lo decían; tenía la certeza interna de que había algo más y a la larga, no me equivoqué. Cuando supe mi verdad, nuestra verdad, sufrí mucho... sentí que se desmoronaba todo lo que conocía, mi mundo, una vez más. Sentí un dolor inmenso que me desgarraba por dentro y - a decir verdad - casi me pierdo...

Pero me puse nuevamente de pie y salí adelante.

¡Te odié por tantas cosas!, te culpé por importarte un bledo* qué pudiera pasarme, porque quisieras librarte de mí sin más. No comprendía que hubieras podido hacerlo, no lo justificaba de ninguna forma y de haberte tenido frente a mí te hubiera escupido a la cara todo el dolor y el odio que sentía hacia vos. Quizás te lo hubieras merecido, mujer sin rostro, ni cuerpo, ni tiempo... y hoy vengo a decirte estas cosas y otras más, que son mucho más importantes.

No fue sino hasta hace poco que comprendí - de alguna manera - lo que puede haber pasado. Vino a mí como una de esas verdades que aunque uno tenga delante... no vé. Fue una cachetada de esas que, de vez en cuando, te dá la vida. Vino en la voz de una amiga a la que siempre le agradeceré esas palabras que me abrieron los ojos, que me hicieron entender.

Hoy ya no duele y lo más importante de todo es que te perdono por no haberme querido en tu vida y me perdono por haberte odiado tanto desde mi incomprensión. Ya no quiero más dolor, ni odio, ni lastres para esta vida que continúa y que contruyo cada día.


Estés donde estés, te perdono por no haber sabido ser madre, por no haberme querido. Estamos en paz finalmente, mamá... y aunque nunca sepas lo que aquí digo, lo libero a los vientos para que de alguna manera lleguen estas palabras a tus oídos, como susurros que trae la tarde.

Haya paz en tu alma como la hay en la mía, ningún mal te deseo...



Adiós mamá.




Aclaración:

* Importar un bledo = importar un rábano, que no importa

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